LA AUTOPISTA AL PRIMER MUNDO
Recuerdo que era una tarde de invierno cuando mi querido amigo
Jacques Emery, el Suizo más amante del Perú que haya conocido, se acercó feliz a
mi escritorio. Sonreía tan ampliamente
que por un momento pensé que había ganado la lotería. Pero no, lo que quería
mostrarme era una noticia aparecida en un diario suizo, que escrita en francés, de inmediato me la tradujo. La noticia daba cuenta de unas obras de mantenimiento que se estaban realizando en un larguísimo
túnel en Suiza, que unía dos ciudades. Creo recordar que era el más largo e
importante de ese país. Como producto de estos trabajos se había formado una
larguísima hilera de vehículos, muy pesada, avanzando lenta pero ordenadamente,
como corresponde a ese país. Sin
embargo, contaba la noticia, un díscolo ciudadano decidió no esperar y sobre
pasó toda la fila de vehículos por la pista auxiliar, destinada a emergencias.
Avanzó muy rápido y al final de su
intrépida decisión los esperaba un policía que lo detuvo, levantó la infracción y,
adicionalmente, retuvo el coche en la entrada del túnel, hasta que pasará el
último vehículo de la fila, lo que ocurrió recién en la madrugada.
Me fascinó la historia, pero de inmediato me vino a la mente
otra, parecida, pero con un final
diferente. También ocurría en una carretera, pero esta vez en el Perú. Volvía de la playa y algo había pasado que estaba
generando una congestión tremenda en la
autopista. Los vehículos apremiados formaron la hilera, pero ésta era
desesperada, angustiada, caótica. De pronto un vehículo tomo la vía auxiliar y luego
de ello no uno sino decenas, cientos, de carros, siguieron el mal ejemplo y tomaron la auxiliar, luego el terral que
estaba al costado de la auxiliar y las 4 x 4, empezaron a hacer off road, todos
para sobrepasar la hilera de carros que estaban en la pista. Todos avanzaban
menos la fila que debía, la de los respetuosos. Mi sobrino de 12 años, que
iba conmigo, me preguntó
el por qué no tomaba también la
pista auxiliar. Le dije que no era lo debido,
que eso era violar las reglas de
tránsito, a lo que él me respondió “pero
todos avanzan y tú no”. Al final la
cogestión era producto de un accidente y luego de ello, como un embudo, todos
los vehículos que habían tomado la auxiliar y el terral retomaban la pista. No
había policías sancionando, no había retención a los infractores, simplemente
los que habían violado la norma pasaron, impunemente, más
rápido.
Estoy seguro que tanto en el Perú como en Suiza hay
reglamentos de tránsito, me atrevería a decir que similares. En ambos países los conductores están obligados a dar un examen que incluye el conocimiento mínimo
de reglas de tránsito y, en los dos , hay una autoridad policial encargada de
sancionar a los infractores . Pero entonces
que es lo diferente?, que cambia?, porque dos historia parecidas tienen un final tan diferente?. Porque en una
triunfan los buenos y en la otra ganan los malos?.
Algún simplista dirá “es que ellos son suizos y nosotros
peruanos”. Es cierto, pero entonces ¿qué
es lo que hace a un peruano y aun suizo tener una actitud tan diferente frente
a una situación similar?
La única forma como
el ser humano puede convivir en sociedad es con normas. El ejercicio de la libertad está sometida a un conjunto de regalas tendientes a
preservar el bien común y la convivencia. Sin reglas, impera la Ley de la Selva, el más
fuerte gana y, como todos quieren
demostrar quién es el más fuerte, el caos se apodera de la sociedad.
Las normas de convivencia
deben tener tres principios básicos: La norma debe tener una aceptación de las
personas a quienes regula, en el sentido de creer en ellas y que su cumplimiento, aun cuando limite su
libertad, hace posible la convivencia y el bien común. Lo segundo es que la
norma debe contener una sanción, esto es quien incumple la norma (aunque no esté de acuerdo con ella) debe ser sancionado. Finalmente, debe haber una autoridad, lo suficientemente
legitima, que aplique con rigor la sanción, de tal manera que lo miembros de la
sociedad vean que quien incumple la norma no queda impune, es sancionado.
Es así que estos tres principios se dan perfectamente en Suiza, en la historia que
relaté al inicio. El grupo mayoritario
respeta la norma, porque sabe que aun cuando tiene que esperar un poco más y
aun cuando quisiera pasar raudo por la pista auxiliar, respetar la norma es
mejor para el grupo, es decir han interiorizado
la norma, creen en ella, la han hecho suya mayoritariamente. Pero junto a eso,
que es muy importante, está la segunda parte, la sanción, es decir, que siempre
es posible que haya alguien que pretenda pasar por encima de todos, violar la
regla y sacar ventaja, frente a lo cual tiene que haber una autoridad legítima
que evite la impunidad y sancione ejemplarmente. En este caso una sanción legal
(la multa) y otra moral (esperar penosamente a que avance el último vehículo
para que recién el infractor pueda pasar). Finalmente los que respetaron la norma ganan.
Por el contrario, en el Perú la historia se da plenamente,
pero en forma negativa. La mayoría no cree en la norma y viola la regla, toma
la vía que no debe tomar, no existe el concepto de convivencia y prima el
solucionar el problema individual sin pensar en el grupo. Pero luego todo se agrava, porque no hay sanción, todos los que toman la vía
indebida no son sancionados, ni
legalmente, pero lo que es peor, tampoco moralmente, de tal manera que el
infractor finalmente es el que triunfa y, como me dijo mi sobrino de 12 años, “ellos avanzan y tú no”.
Por eso, cuando ocurre un caso mediático de infracción a la
norma en el país, nos enfrascamos en grandes cambios normativos, movemos a la opinión pública, presionamos al
parlamento y endurecemos penas, pensamos que el problema es legislativo, es decir más leyes o que estas
sean más duras.
En realidad el tema no es legislativo, el problema es de más simple entendimiento y
más compleja solución. El problema es cómo hacer para que el ciudadano haga suya y crea en la
norma, para que mayoritariamente la
respete y, finalmente, como hacemos
para que los infractores sean
ejemplarmente sancionados y la impunidad no existe. En suma,
es preciso que todos creamos que el
bien social, el grupo, prima sobre los
unos cuantos que pretendan imponer su interés personal al del grupo. Pero, lo más importante, es lograr que la sociedad tenga claro que moralmente el
que incumple es sancionado y no triunfa
sobre el que respeta las reglas.
Esta historia de la autopista se multiplica a diario, pero en
todos los niveles normativos, en todos los ámbitos sociales y geográficos en el
Perú, dando esta imagen que tenemos de país que no tiene valores y que no respeta las reglas. Mientras que sólo avancen los que tomen el
atajo, el camino a ser un país del primer mundo será siempre lejano.