viernes, 10 de abril de 2015


LA AUTOPISTA AL PRIMER  MUNDO

Recuerdo que era una tarde de invierno cuando mi querido amigo Jacques Emery, el Suizo más amante del Perú que haya conocido, se acercó feliz a mi escritorio.  Sonreía tan ampliamente que por un momento pensé que había ganado la lotería. Pero no, lo que quería mostrarme era una noticia aparecida en un  diario suizo,  que escrita en francés,  de inmediato me la tradujo. La noticia  daba cuenta de unas obras  de mantenimiento  que se estaban realizando en un larguísimo túnel en Suiza,  que unía dos ciudades. Creo recordar  que era el más largo e importante de ese país. Como producto de estos trabajos se había formado una larguísima hilera de vehículos, muy pesada, avanzando lenta pero ordenadamente,  como corresponde a ese país. Sin embargo, contaba la noticia, un díscolo ciudadano decidió no esperar y sobre pasó toda la fila de vehículos por la pista auxiliar, destinada a emergencias. Avanzó muy  rápido y al final de su intrépida decisión los esperaba un policía  que lo detuvo, levantó la infracción y, adicionalmente, retuvo el coche en la entrada del túnel, hasta que pasará el último vehículo de la fila, lo que ocurrió recién en la madrugada.

Me fascinó la historia, pero de inmediato me vino a la mente otra, parecida, pero con un  final diferente. También ocurría en una carretera, pero esta vez en el Perú.  Volvía de la playa y algo había pasado que estaba  generando una congestión tremenda en la autopista. Los vehículos apremiados formaron la hilera, pero ésta era desesperada, angustiada, caótica. De pronto un vehículo tomo la vía auxiliar y luego de ello no uno sino decenas, cientos, de carros, siguieron el mal ejemplo y  tomaron la auxiliar, luego el terral que estaba al costado de la auxiliar y las 4 x 4, empezaron a hacer off road, todos para sobrepasar la hilera de carros que estaban en la pista. Todos avanzaban menos la fila que debía, la de los respetuosos. Mi sobrino de 12 años, que iba  conmigo,  me preguntó  el  por qué no tomaba también la pista auxiliar. Le dije que no era lo debido,  que  eso era violar las reglas de tránsito, a lo que  él me respondió “pero todos avanzan y tú no”.  Al final la cogestión era producto de un accidente y luego de ello, como un embudo, todos los vehículos que habían tomado la auxiliar y el terral retomaban la pista. No había policías sancionando, no había retención a los infractores, simplemente los que  habían  violado la norma pasaron, impunemente, más rápido.

Estoy seguro que tanto en el Perú como en Suiza hay reglamentos de tránsito, me atrevería a decir  que similares. En ambos países   los conductores están obligados a dar  un examen que incluye el conocimiento mínimo de  reglas de tránsito y, en los dos ,  hay una autoridad policial encargada de sancionar a los infractores .  Pero entonces que es lo diferente?, que cambia?, porque dos historia parecidas tienen  un final tan diferente?. Porque en una triunfan los buenos y en la otra ganan los malos?.

Algún simplista dirá “es que ellos son suizos y nosotros peruanos”. Es cierto, pero  entonces ¿qué es lo que hace a un peruano y aun suizo tener una actitud tan diferente frente a una situación similar?

 La única forma como el ser humano  puede convivir  en sociedad es con normas.  El ejercicio de la libertad está   sometida  a un conjunto de regalas tendientes a preservar el bien común y la convivencia.  Sin reglas, impera la Ley de la Selva, el más fuerte gana y,  como todos quieren demostrar quién es el más fuerte, el caos se apodera de la sociedad.

Las normas de convivencia  deben tener tres principios básicos:  La norma debe tener una aceptación de las personas a quienes regula, en el sentido de creer en ellas  y que su cumplimiento, aun cuando limite su libertad, hace posible la convivencia y el bien común.  Lo segundo es que   la norma debe contener una sanción, esto es quien incumple  la norma (aunque no esté de acuerdo con ella)  debe ser sancionado.  Finalmente, debe haber una autoridad, lo suficientemente legitima, que aplique con rigor la sanción, de tal manera que lo miembros de la sociedad vean que quien incumple la norma no queda impune, es sancionado.

Es así que estos tres principios se dan  perfectamente en Suiza, en la historia que relaté al inicio.  El grupo mayoritario respeta la norma, porque sabe que aun cuando tiene que esperar un poco más y aun cuando quisiera pasar raudo por la pista auxiliar, respetar la norma es mejor para el grupo, es decir  han interiorizado la norma, creen en ella, la han hecho suya mayoritariamente. Pero junto a eso, que es muy importante, está la segunda parte, la sanción, es decir, que siempre es posible que haya alguien que pretenda pasar por encima de todos, violar la regla y sacar ventaja, frente a lo cual tiene que haber una autoridad legítima que evite la impunidad y sancione ejemplarmente. En este caso una sanción legal (la multa) y otra moral (esperar penosamente a que avance el último vehículo para que recién el infractor pueda pasar).  Finalmente los que respetaron la norma  ganan.

Por el contrario, en el Perú la historia se da plenamente, pero en forma negativa. La mayoría no cree en la norma y viola la regla, toma la vía que no debe tomar, no existe el concepto de convivencia y prima el solucionar el problema individual sin pensar en el grupo.  Pero luego todo se agrava,  porque no hay sanción, todos los que toman la vía indebida no son sancionados, ni  legalmente, pero lo que es peor,  tampoco moralmente, de tal manera  que  el infractor finalmente es el que triunfa y, como me dijo mi sobrino de 12 años, “ellos  avanzan y tú no”.

Por eso, cuando ocurre un caso mediático de infracción a la norma en el país, nos enfrascamos en grandes cambios normativos,  movemos a la opinión pública, presionamos al parlamento y endurecemos penas, pensamos que el problema es  legislativo, es decir más leyes o que estas sean más duras.

En realidad el tema no es legislativo,  el problema es de más simple entendimiento y más compleja solución. El problema es cómo hacer  para que el ciudadano haga suya y crea en la norma, para que  mayoritariamente la respete y, finalmente,  como  hacemos  para  que los infractores sean ejemplarmente sancionados y la impunidad no existe.  En suma,  es preciso que todos creamos    que el bien social, el grupo,  prima sobre los unos cuantos que pretendan imponer su interés personal al del grupo. Pero, lo  más importante,  es lograr  que la sociedad tenga claro que moralmente el que incumple es sancionado y no  triunfa sobre el que respeta las reglas.

Esta historia de la autopista se multiplica a diario, pero en todos los niveles normativos, en todos los ámbitos sociales y geográficos en el Perú, dando esta imagen que tenemos de país que no tiene valores  y que no respeta las reglas.  Mientras que sólo avancen los que tomen el atajo,  el camino a ser un  país del primer mundo será siempre lejano.